"Hace
poco nos lamentábamos Kate Brady y yo, mientras tomábamos unos
tristes gin
fizz
en un bar del centro de Londres, de que nada nunca iría a mejor en
nuestras vidas, de que moriríamos en el mismo estado en que nos
encontrábamos: bien alimentadas, casadas, insatisfechas."
Así
comienza esta novela de Edna O'Brien, que Errata Naturae ha publicado
en una hermosa edición. Quienes han seguido a las dos protagonistas
desde pequeñas entenderán que, aunque esta sea la reseña del
último libro de la trilogía, recomendemos la lectura de los tres
libros (Las chicas de campo, La chica de ojos verdes y Chicas
felizmente casadas), a pesar de que pueden ser leídas cada una de
ellas de manera independiente y provocar la misma agitación de los
sentidos.
“Chicas
felizmente casadas” cuenta la historia de dos amigas: Kate, dulce y
soñadora; y Baba, impulsiva y práctica. Ambas en busca de un sueño
lejos de su tierra natal; una Irlanda católica e hipócrita. Kate y
Baba buscan sus sueños en Londres, ciudad a la que siempre han
aspirado, pues es la ciudad en la que creen que encontrarán el amor
y la libertad. Ya no son las chicas de campo, o tal vez aún si, es
algo que nos toca descubrir a lo largo de la novela.
Detrás
de cada una de las protagonistas encontramos una forma diferente de
ver la vida, una vida que las trata con desprecio; tal vez sean ambas
dos caras de la misma persona, la autora, que también vino de un
pueblo irlandés. O quizá solo sea que el ying y el yang no pueden
existir si no están juntos.
Kate,
la chica de ojos tristes, está casada con el amor de su vida, su
primer amor, con quien tiene un hijo; mientras Baba espera que llegue
el hombre que le dé la posición social que ansía (“[…]
repasando el año y medio que llevaba en Londres, los hombres que
había conocido en ese tiempo y el hartazgo que me producía tener
que mantener los tacones y la cara impecables para cuando llegara el
Don Perfecto que se suponía que tenía que llegar algún día.")
y acaba siendo la esposa de un nuevo rico que le ofrece todas las
comodidades con las que siempre soñó.
Entonces…
¿por qué se supone que están tan insatisfechas si al final han
conseguido aquello que más deseaban? Parece que las utopías de la
infancia debieran de quedarse ahí, porque la vida da muchas más
vueltas de lo que imaginamos, y no siempre la libertad y el amor
viajan en el mismo tren. La madurez puede convertirse en una rutina
de inestabilidades, el matrimonio en una cárcel en la que es difícil
convivir, la maternidad en una experiencia dolorosa. E irte del
pueblo no es sinónimo de dejar atrás el machismo de una sociedad
para la cual las mujeres valen mucho menos que lo hombres, algo que
se refleja en la vulnerabilidad de la protagonistas frente a su
propia vida.
A
través de las emociones que nos despiertan Kate y Baba, del humor
(sarcasmo en algunas ocasiones, pues la voz de Baba es mordaz) con el
que la autora denuncia el comportamiento de la sociedad londinense de
los años 60, de la sencillez con la que se narra esta historia, nos
adentramos en el sufrimiento y la desdicha de dos mujeres que quizá
no buscaban en el lugar indicado.
¿Creéis
que al final se cansarán de buscar o que encontrarán aquello que
las pueda hacer felices?
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