Cada nuevo amante me ha cambiado el destino, pero hace unos años tuve una relación que permití que guiara mi vida, convencida de que sería más feliz. Él era un experto de la Cábala y otras misteriosas disciplinas herméticas. Mi fe en sus predicciones era total desde que me pidió, antes de un viaje, que cambiara el horario de un tren al que debía subir: “Marte ha entrado en tu casa siete y a las nueve de la mañana su poder maléfico será mayor. Sin embargo, a las once apenas notarás la fuerza que ejerce sobre ti.” Llevaba razón. Una avería detuvo el tren de las nueve en Albacete con la precisión de un viejo reloj de cuerda, pero el de las once solo llegó con algo de retraso. Ese día, abandoné el vagón segura de que no tenía un nuevo amante, sino un chollo de dimensiones colosales, con el que además, hacía el amor.
Pero de entre todos aquellos vaticinios hubo uno que me quitó el sueño hasta la desesperación: “No presentes tu novela en esa librería llamada Libros 28 o fracasarás. La clave está en su número. Ocho y dos suman diez, y la suma de ambos dígitos, un uno. Es una cifra maldita para un negocio, habla de soledad, de ausencia de ventas y de clientes. No venderás ni un ejemplar.”
Mi libro, no era un libro cualquiera, era mi primera novela, mi gran proyecto. Sin embargo, cuando hablé con mi editor para cambiar el lugar de la presentación, ya era demasiado tarde. El pedido estaba hecho, las invitaciones enviadas y la publicidad distribuyéndose. Y, sobre todo, mi petición sonó descabellada, propia de una artista caprichosa. “Guárdate las exigencias para cuando vendas lo mismo que Stephen King”, dijo mi editor. La impotencia me asfixiaba.
Dos días antes de mi presentación me acerqué a contemplar el escenario en el que iba a suicidarme como escritora. Supuse que sería mejor prepararme interiormente para un momento tan nefasto. Para mi sorpresa, la librería estaba situada en una acogedora plazuela, a pesar de que mi mente solo podría haberla ubicado en una callejuela desierta o de aspecto infernal. Algo cambió también cuando me detuve ante el escaparate: el espacio al completo había sido decorado con mi libro. Mi novela había sido recibida con la alegría de un best seller, aunque yo no era más que una autora novel.
Una vez dentro, las risas de unos niños que escuchaban a un joven cuenta-cuentos, me recibieron. La librera era una mujer de voz dulce y amplia sonrisa, que tras darme las buenas tardes, me dejó olfatear con libertad entre estanterías y me recomendó un par de libros. Me contagió un entusiasmo desmedido y los compré sin poder evitarlo, porque deseaba conocer las historias fabulosas con las que ella tanto había disfrutado. Mientras sacaba del bolso mi cartera para pagar, no pude evitar preguntarle: “¿Por qué su librería se llama Libros 28?”. Ella respondió decidida: “Porque es mi número de la suerte.” Le hubiera devuelto una sonrisa, pero se congeló en mis labios. La librera ignoraba a todas luces la maldición que acompañaba al 28, de hecho, no parecía haberle afectado nunca.
Dos días después, y contra todo pronóstico, mi presentación salió como la seda y un público ameno e interesado me acompañó. Todos se llevaron mi novela, excepto mi amante, que quería comprarla en otro sitio y que no regresáramos a Libros 28 jamás de los jamases.
Aquella noche, medité sobre la Cábala, la maldición y mi amante. Probablemente, él llevaba razón, y el solitario número uno, no es el ideal para los negocios. Pero, probablemente, sí es el dígito que nos hace únicos, como las ediciones limitadas, y esa es la mejor cuenta de resultados, al margen de lo que se empeñe en decir la Cábala. Antes de acurrucarme en un sueño reparador, tuve una repentina revelación: no podría dejar de ir a la librería, hechizada como estaba por la extraña magia del número 28. Eso sí, tenía que cambiar de amante inmediatamente, el sortilegio que me había atraído hacia él, se había esfumado.
Ciertamente, hay una mística de los números, pero no es supersticiosa sino lógica; por otro lado, has hecho bien en dejar a tu amante, es de mal presagio estar con aquellas personas temerosas de sus propias creencias.
ResponderEliminar¡QUÉ DIFÍCIL ES LA LIBERTAD! Tus relatos siempre tan creibles, pegados a la realidad aparente. Me gusta.
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